Investiga, que no es poco

Nuestros cerebros están acelerando el caos climático

Recientemente, un equipo internacional de investigadores liderado por Harris Eyre publicaba en la revista Psychiatric Times un interesante comentario donde sacan a la palestra una cuestión hasta ahora apenas abordada: la relación bidireccional que se da entre nuestros cerebros y la degradación ambiental. A través de este texto, sus autores debaten sobre cómo ciertas habilidades cognitivas (aptitudes del ser humano relacionadas con el procesamiento de la información) determinan la acción o inacción de una persona en materia ambiental y cómo, al mismo tiempo, la degradación ambiental puede pasarle factura a nuestras habilidades cognitivas. Desde Ecomandanga consideramos de gran interés que este texto alcanzara una mayor difusión entre la comunidad hispanohablante, por lo que invitamos a nuestra amiga Lucía Colodro, investigadora postdoctoral en el Instituto de Investigación Médica QIMR Berghofer de Brisbane (Australia), a que llevara a cabo la traducción del mismo. Así pues, queremos agradecer públicamente a Lucía que recogiera el guante y, sin más preámbulos, os dejamos con el texto…

La inversión en salud y capacidades cognitivas es clave para preservar el medio ambiente y sortear los desafíos socioecológicos

La salud mental está íntimamente relacionada con el caos climático: la ausencia de ciertas habilidades cognitivas puede dificultar la toma decisiones encaminadas a mantener ecosistemas saludables y, al mismo tiempo, esa degradación del hábitat en el que se desenvuelve nuestra especie puede menoscabar nuestra salud mental. Así, superar los sesgos cognitivos (es decir, la interpretación errónea sistemática de la información) que impone la evolución del ser humano puede mejorar nuestra capacidad para entender el caos climático y llevarnos a actuar para hacerle frente, mitigarlo o, adaptarnos a él. Sin ningún género de duda, es urgente desarrollar las habilidades necesarias para reaccionar en el caso de que se den cambios sustanciales en el clima.

La ausencia de ciertas habilidades cognitivas dificulta la toma de decisiones encaminada a mantener ecosistemas saludables y, al mismo tiempo, esa degradación del hábitat puede menoscabar la salud mental. Autor: Tommaso.sansone91, CC0, en Wikimedia Commons.

Negacionismo y otros males cognitivos

El negacionismo científico es un obstáculo importante para gestionar crisis ambientales a gran escala. Por ejemplo, dicho posicionamiento ha tenido consecuencias devastadoras en la pandemia de COVID-19, impulsando conductas anti-mascarilla, creencias antivacunas, teorías de la conspiración y terapias no respaldadas por la evidencia científica. Pero el impacto del negacionismo científico se extiende más allá de la COVID-19, ya que también ha obstaculizado los esfuerzos para abordar la crisis climática moderna, donde abundan teorías basadas en pseudociencia y conspiración. Por ejemplo, el investigador de la Universidad George Mason, John Cook, señala que, si bien alrededor del 97% de los científicos están de acuerdo en que el actual caos climático está íntimamente ligado con la actividad humana, sólo el 12% de la población estadounidense es consciente de que el consenso científico sobre este tema es superior al 90%. Además, Cook afirma que el 20% de los estadounidenses piensa que el cambio climático es un bulo.

Los factores psicológicos hacen que la lucha contra la desinformación sea una tarea difícil. Por un lado, la desinformación tiene un gran recorrido. Cook escribe que una vez que la gente interioriza información errónea, ésta es muy difícil de desechar. Además, la información errónea es convincente y los seres humanos tienen una propensión innata a consumir medios de comunicación negacionistas. Vosoughi y colaboradores, tras analizar 12 años de datos  difundidos vía Twitter encontraron que las noticias falsas (fake news) se difunden mucho más rápido que las noticias reales, y que son los individuos, y no los bots, los culpables de su circulación. Las noticias falsas llegaron más lejos, más rápido, a niveles más profundos y más amplios que las noticias reales en todas las categorías de información. Las noticias verdaderas tardaron aproximadamente 6 veces más en llegar a 1.500 personas en Twitter que las historias falsas, según el estudio. Como observó el satírico Jonathan Swift en el siglo XVIII, la falsedad vuela, y la verdad cojea.

Incluso sin caer en el negacionismo, el cerebro humano está programado para subestimar la amenaza del caos climático. Matthew Wilburn King, escribiendo para la BBC, explica que los sesgos cognitivos evolutivos, como la “falacia de las pérdidas irrecuperables o del costo hundido” (la tendencia a continuar apostando por un posicionamiento y no dar marcha atrás, una vez que hemos invertido recursos en él, aunque tengamos evidencias que contradicen su veracidad o conveniencia) y el efecto espectador (la tendencia a permanecer pasivos ante una emergencia, esperando a que otros lo resuelvan) son un obstáculo a la hora de responder a eventos que suponen una amenaza en el largo plazo y a gran escala como el caos climático. En este sentido, un informe de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) señala que una mayoría de la población piensa que los riesgos del caos climático (y por lo tanto, los beneficios de mitigarlo) son bastante inciertos, atañen al futuro y sus principales repercusiones van a tener lugar en regiones distantes geográficamente, factores todos ellos que empujan a las personas a menospreciarlos. Por ejemplo, el ya mencionado efecto espectador se muestra con toda su claridad a la hora de enfrentar el caos climático. Así, la APA afirma que muchas personas creen que otros deberían actuar frente al caos climático, pues piensan que sus acciones no marcarán ninguna diferencia o que no son importantes en comparación con las de los demás. De este hecho se deduce que luchar contra el caos climático es una batalla tan psicológica como política o económica, y por tanto debemos superar juntos las barreras cognitivas para la aceptación popular de este tipo de realidades.

El negacionismo científico es uno de los mayores obstáculos a la hora de gestionar crisis ambientales a gran escala. Autor: Edward Kimmel from Takoma Park, MD, CC BY-SA 2.0, en Wikimedia Commons.

La interacción entre la salud cerebral y el caos climático

Cada vez se acumulan más evidencias que confirman la importancia de fomentar ciertas habilidades cognitivas para hacer frente al caos climático. Cook desarrolló recientemente el juego del “tío cascarrabias” («the cranky uncle”) para ilustrar las falacias lógicas y el pensamiento crítico en el contexto del caos climático. En él, los jugadores deben identificar la forma de negación científica que coincide con los argumentos que esgrimen en mayor medida los negacionistas del caos climático, como, por ejemplo, el típico «¿cómo pueden los modelos predecir el clima dentro de 100 años cuando no pueden predecir el tiempo de la semana que viene?» o «los modelos climáticos son imperfectos, por lo que no se puede confiar en ellos».

Pero los vínculos entre cerebro y clima van aún más lejos. Por un lado, mejorar la salud del cerebro puede ayudar a evitar el caos climático o prepararnos para un posible colapso ambiental. Por otro lado, el caos climático puede dañar significativamente la salud del cerebro. Nancy Sicotte, presidenta del Departamento de Neurología del Hospital Cedars-Sinai de Los Ángeles explica que el cerebro tiene una temperatura óptima de funcionamiento y que el calentamiento global podría reducir la productividad y empeorar los síntomas de los pacientes de ciertas enfermedades como la esclerosis múltiple. Además, la APA informa que el caos climático, y en particular los eventos climáticos extremos, pueden conducir a problemas de salud mental. Por último, la Oficina Nacional de Investigación Económica de los EEUU muestra que temperaturas más altas podrían reducir la productividad de los trabajadores y aumentar los conflictos laborales. Incluso en ausencia de más cambios climáticos, la salud del cerebro ya está en juego: se ha visto afectada negativamente por la pandemia de COVID-19 y todavía quedan por delante importantes desafíos. El efecto sobre la salud del cerebro es sólo una de las muchas consecuencias no deseadas del caos climático.

En general, la relación entre el caos climático y el cerebro se asemeja a un círculo vicioso: la crisis climática empeora las habilidades cognitivas y la disminución de las habilidades cognitivas perpetúa la inacción climática o el rechazo del consenso científico. Para romper ese círculo, debemos desarrollar un plan encaminado a mejorar la salud y las habilidades cognitivas a gran escala. ¿Pero cómo llevarlo a cabo?

El efecto sobre la salud del cerebro es sólo una de las muchas consecuencias no deseadas del caos climático. Autor: en:User:Muffinator, CC0, en Wikimedia Commons.

El camino hacia una mejor salud cerebral y climática

En el mundo empresarial, es habitual el uso de ciertas métricas para evaluar la consecución de objetivos. A la luz de esto, hemos lanzado una iniciativa política que se inspira en la neurociencia amparada por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Con esta propuesta, nuestro objetivo es promover la idea de que invertir en salud mental y las habilidades en las que interviene el cerebro es fundamental para la reactivación, la reinvención y la resiliencia económica a largo plazo en la era postCOVID-19, pues están conectadas de múltiples maneras con ecosistemas saludables. Esta iniciativa se sustenta sobre el concepto Brain Capital (capital cerebral), un nuevo paradigma que promueve políticas, inversiones y seguimiento relacionados con la mejora de la salud y las habilidades cognitivas. En particular, el desarrollo de un índice de capital cerebral, puede permitir medir el progreso en la salud y las habilidades cognitivas.

Los seres humanos no estamos desconectados de nuestro entorno, sino que constituimos una parte integral de él, formando parte de un ecosistema global, lo que significa que nuestra salud y bienestar pueden verse lastrados por el deterioro del ecosistema. Tal puede ser el caso si la alteración del clima global nos conduce hacia un “planeta invernadero” irreversible, según un equipo internacional de investigadores liderado por Will Steffen de la Universidad de Canberra y el Centro de Resiliencia de Estocolmo. Creemos que el marco de Brain Capital nos ayudará a activar habilidades relacionadas con el pensamiento crítico, la creatividad y la resiliencia que hoy más que nunca son necesarias para navegar la complejidad de los desafíos socioecológicos que conlleva el caos climático.

Artículo original: Ellsworth W, Smith E, Hynes W, Angeler DG y Eyre H. 2021. Our Brains Are Accelerating the Climate Catastrophe. Psychiatric Times.

Entrada escrita por Lucía Colodro, Félix Picazo, Tano Gutiérrez y Daniel Bruno