Investiga, que no es poco

Vive lento y serás un cadáver útil

Cuenta la leyenda que el Cid Campeador llegó a ganar batallas incluso después de muerto. Tal era el respeto que infundía su figura, que la mera presencia del cadáver del burgalés a lomos de Babieca provocaba la retirada de sus enemigos. Leyendas infundadas al margen, es bien sabido que, en la naturaleza, los animales siguen desempeñando importantes funciones incluso después de morir. En especial, los cadáveres de organismos de gran tamaño (y que normalmente tienen ciclos de vida longevos) pueden llegar a tener un gran impacto sobre la configuración del paisaje y el funcionamiento de los ecosistemas.

Así, un estudio reciente publicado en la revista Ecosystem Services por un equipo internacional de investigadores muestra el papel fundamental que tienen los cadáveres de cetáceos varados sobre la provisión de ciertos servicios ecosistémicos en áreas costeras (esto es, los beneficios que obtienen los humanos de la naturaleza), y cómo estos han sido alterados por los humanos tanto históricamente, a través de su caza masiva, como más recientemente debido al desarrollo de reglamentos de gestión y eliminación de cadáveres para cumplir con la legislación vigente en materia de salud pública.

El papel de los cadáveres en los ecosistemas

La Tierra es un sistema complejo. Como tal, su funcionamiento depende de infinidad de piezas perfectamente engranadas cuya supervivencia está cada vez más amenazada por la actividad humana ¿Alguien en su sano juicio optaría por un coche a medio desguazar para realizar un viaje con garantías? Algo así es lo que viene sucediéndole a los ecosistemas naturales, donde muchas piezas se han perdido para siempre. Y no solo eso, sino que el desarrollo desenfrenado de las sociedades humanas durante las últimas décadas también está conllevando la disminución de la abundancia de muchas especies y, por tanto, de su función ecológica. Son numerosísimas las investigaciones que evidencian que, lamentablemente, este hecho acabará traduciéndose en una serie de reajustes del sistema Tierra que a medio-largo plazo pueden comprometer nuestra propia supervivencia como especie.

Probablemente es algo que pasa muy desapercibido para la mayoría de gente, pero lo cierto es que los cadáveres de muchos animales cumplen funciones imprescindibles para que el sistema Tierra no se pare. Dicho en otras palabras, para que la rueda de la vida gire perpetuamente, muchos procesos fundamentales necesitan del aporte de materia que proporcionan los cadáveres. Efectivamente, la naturaleza inventó la economía circular. En el mundo natural nada es un residuo, sino recursos para el siguiente eslabón de la cadena trófica. Es obvio, por tanto, que necesitamos conservar la biodiversidad más allá de proteger las especies de su extinción, y para ello es esencial situar el foco en mantener ciertos niveles de abundancia en las poblaciones de las especies.

Esto es especialmente notorio en el caso de grandes vertebrados, pues el carroñeo y la descomposición de tejidos blandos en el corto plazo (días a semanas; por ejemplo, músculo y vísceras) y tejidos duros en el largo plazo (meses a años; por ejemplo, huesos), tienen un gran impacto en los ecosistemas. En este sentido, es muy conocido el caso del ñu azul, la especie que protagoniza la mayor migración terrestre de cuantas se conservan hoy en día sobre el planeta Tierra. En torno a 1.200.000 individuos se mueven anualmente entre el Serengueti y el Maasai Mara en busca de los pastos que crecen tras las lluvias estacionales. Se estima que, de media, unos 6.250 cadáveres que suman 1.100 toneladas de biomasa acaban en el río cada año (estudio). Todos estos nutrientes acaban constituyendo hasta un 50% de la dieta de los peces de la zona, ya sea alimentándose directamente de la carroña o de la vegetación y algas acuáticas que se desarrollan explosivamente tras la entrada de nutrientes en el sistema.

Ejemplares de ñu azul cruzando el río Mara durante su migración anual. Autor: Eric Inafuku, CC BY 2.0, en Wikimedia Commons.

Sin cetáceos, el sistema se para

En el estudio que os presentamos hoy, la investigadora Maria-Martina Quaggiotto (Universidad de Stirling, Reino Unido) y sus colaboradores evalúan hasta qué punto se han visto alterados los servicios ecosistémicos asociados con los varamientos de cetáceos. Los autores apuntan que la disminución de animales tras varias décadas de caza masiva y, por otro lado, las recientes normativas que afectan a la gestión y disponibilidad de cadáveres por motivos de salud pública pueden estar alterando este proceso y los servicios ecosistémicos asociados.

El trabajo se nutre de una extensa revisión bibliográfica que ha tenido como objetivo documentar la variedad de servicios ecosistémicos proporcionados por los cadáveres de cetáceos varados y estimar la cantidad de varamientos que se dan actualmente en una selección de áreas costeras por todo el planeta.

Los eventos de varamiento han venido sucediéndose desde que ballenas, delfines y otros cetáceos aparecieron sobre la Tierra, siendo en ocasiones masivos por la acción de las corrientes marinas. Tal y como comentábamos que sucedía con la migración del ñu azul, los cadáveres de los cetáceos también tienen un papel crucial en los ecosistemas costeros, ya que suponen un enorme aporte de nutrientes para otras especies. Por ejemplo, muchos cóndores llegaron a especializarse en este recurso en las costas americanas.

Debido a la intervención de grandes carroñeros terrestres, el efecto de los nutrientes que aportan los cadáveres de cetáceos puede observarse tanto en tierra como en mar adentro, muy lejos del lugar donde ocurre el varamiento, de manera que estos procesos ecológicos acaban conectando ecosistemas marinos y terrestres.

También los humanos han sacado provecho de los cetáceos varados desde hace milenios. Estos varamientos se han recibido históricamente como auténticos presentes de la naturaleza, viviéndose con una profunda carga espiritual en muchas culturas. Desde un punto de vista más terrenal, ya en épocas muy antiguas los humanos extraían de los cetáceos varados tanto carne como grasa, al poseer estos una abundante capa bajo la piel. Tal ha sido la importancia de este recurso, que el rey Eduardo II de Inglaterra promulgó un decreto en el siglo XIV por el cual los cetáceos varados en las costas inglesas eran considerados “Pescado Real”, utilizándose el aceite derivado de la grasa como combustible para lámparas, y los huesos para construir diversas herramientas y tallar obras de arte.

Hoy en día, el consumo de cetáceos está limitado a un puñado de economías de subsistencia y a algunos países al margen de la normativa medioambiental internacional. De este modo, buena parte de los beneficios directos que obtenemos de los cetáceos varados tiene que ver con su valor científico y educativo, tanto in situ como en los muchos museos en los que se exponen esqueletos y otros restos. No obstante, en la actualidad la actividad humana más importante que tiene a los cetáceos como protagonistas es la que se denomina como whalewatching, es decir, la observación de cetáceos en su medio natural, siendo una actividad económica de primer orden en lugares como el Estrecho de Gibraltar o las islas Azores.

Cachalote varado. Autor: Rob Deaville.

Ayer los balleneros, hoy las normativas de salud pública

Los resultados del estudio de Quaggiotto y colaboradores muestran que los cadáveres de cetáceos varados proporcionan una gran variedad de servicios ecosistémicos de aprovisionamiento, de regulación, de apoyo y culturales. La densidad de varamientos varía entre 1 y 1.000 al año por cada 1.000 km de costa a lo largo de las distintas regiones y países estudiados.

También las estrategias de gestión y eliminación de los cadáveres varían de unas regiones a otras. Un resultado interesante de la investigación es que la densidad de población y la existencia de regulaciones no guardan relación con la densidad de varamientos. Y es que una gran mayoría de las áreas costeras están actualmente sometidas a restrictivas regulaciones que obligan a eliminar con rapidez los cadáveres de cetáceos varados, principalmente para evitar las molestias típicas de la descomposición a la población local y el turismo de playa. Lógicamente, esto impide que los cetáceos varados cumplan su complejo e indispensable papel ecológico, lo que también incluye los beneficios que los humanos podemos obtener de ellos.

Y aunque en costas remotas y despobladas aún se permite la descomposición natural de los cetáceos varados, en el resto de áreas costeras se suele recurrir a su enterramiento, incineración o transporte a vertederos, actividades todas ellas que, por supuesto, tienen costes técnicos, sociales, económicos y/o ambientales. Por ejemplo, el declive de las poblaciones de cetáceos, especialmente ballenas, a lo largo de los dos últimos siglos debido a su caza masiva causó un descenso del número de cetáceos varados, lo cual, a su vez, desencadenó consecuencias nefastas para la conservación de especies dependientes de este recurso, como los cóndores.

Rorcual común varado. Autor: Andrew Brownlow.

El efecto de la presión humana sobre las zonas costeras

El estudio de Quaggiotto y colaboradores pone de manifiesto la necesidad de revisar las actuales normativas sobre gestión de animales varados con el fin de posibilitar que cumplan su importante rol en las cadenas tróficas. Por ello, resulta crucial que estas normativas sean lo suficientemente flexibles para contemplar distintas situaciones, ya que cada caso puede tener un contexto ecológico y social distinto.

Todo un reto si tenemos en cuenta que 3.000 millones de personas (el 40% de la población mundial) vive en zonas costeras, lo que supone una enorme presión sobre el resto de organismos que habitan en este tipo de ambientes. Las principales alternativas pasan por trasladar los cadáveres a reservas marinas cercanas y/o otros enclaves costeros poco transitados, además de delimitar pequeños tramos de playa o periodos del año en los que se controle la presencia humana y se permita que el proceso de descomposición natural tenga lugar.

Según datos preliminares de este propio grupo de investigadores, las posibles molestias derivadas de la descomposición de los cadáveres pueden ser realmente efímeras, ya que los animales especializados en aprovechar las carroñas en zonas costeras pueden ser realmente eficientes a la hora de reducir el cadáver de un cetáceo de pequeño tamaño a unos cuantos huesos. No obstante, los propios investigadores reconocen que ésta es una cuestión que requiere ser estudiada más en profundidad, con diferentes especies y en distintos ambientes.

Tras décadas de duro trabajo por parte de los científicos contamos con infinitas evidencias de que los humanos no podemos sobrevivir aislados de la naturaleza, pero incluso aunque esto no fuera así, ¿de verdad querríamos vivir en un mundo pulcro y aséptico ausente de otras formas de vida? Volviendo al tema que nos ocupa, ¿seremos capaces de conceder una pírrica superficie de “nuestras” costas para favorecer la supervivencia del resto de especies con las que compartimos planeta?

La protección legal de los cetáceos está trayendo una lenta pero evidente recuperación de sus poblaciones, por lo que resultará inevitable diseñar estrategias que compatibilicen la preservación de los procesos ecológicos asociados a sus varamientos con las necesidades humanas. En contraposición a la predominante relación de poder humano-naturaleza, en la que el primero debe invertir ingentes cantidades de energía para someter a la segunda, la alineación humano-naturaleza puede ser fuente de más importantes y numerosos beneficios para la sociedad a largo plazo.

Autores: Félix Picazo, Marcos Moleón, Daniel Bruno y Tano Gutiérrez-Cánovas.

Artículo original:

Quaggiotto M.-M, Sánchez-Zapata J.A., Bailey D.M., Payo-Payo A., Navarro J., Brownlow A., Deaville R., Lambertucci S.A., Selva N., Cortés-Avizanda A., Hiraldo F., Donázar J.A. & Moleón M. 2022. Past, present and future of the ecosystem services provided by cetacean carcasses. Ecosystem Services, 54: 101406. doi: 10.1016/j.ecoser.2022.101406.