Hoy, nuestros colaboradores José Manuel Zamora y David Sánchez-Fernández (Universidad de Murcia) nos traen una entrada donde nos cuentan cuán importantes son las charcas y otro tipo de pequeños cuerpos de agua para conservar la biodiversidad. También nos hablan de los beneficios que aportan a la sociedad y los retos para su conservación en un contexto de cambio global. Con todos ustedes, ¡José Manuel Zamora y David Sánchez-Fernández!
Estableciendo prioridades en el diseño de áreas protegidas
Una cuestión que ha sido ampliamente abordada en ecología es el estudio de la distribución de las especies y los factores que la explican, ya que no sigue un patrón uniforme en el espacio, sino que algunos ecosistemas presentan más diversidad de especies que otros. Entre otras muchas cuestiones, la constatación de dicha heterogeneidad en la distribución de la biodiversidad abrió un debate científico en la década de los 70 fundamentado por los principios de la biogeografía insular propuestos por Robert MacArthur y Edward O. Wilson en su obra magna The Theory of Island Biogeography.
Como resultado, se planteó un dilema que ha traído de cabeza a ecólogos y biólogos de la conservación a la hora de conservar la biodiversidad, ¿es mejor crear unas pocas reservas de gran tamaño o muchas reservas de menor entidad? Trascendido a la literatura científica por sus siglas en inglés SLOSS (Single Large Or Several Small), este debate permanece vigente a día de hoy a pesar de que numerosas hipótesis han sido planteadas y contundentes resultados empíricos han sido aportados a favor tanto de un planteamiento como del otro.
En este sentido, los pequeños cuerpos de agua (abrevaderos, estanques urbanos y charcas ganaderas, entre otros) se cuentan entre los sistemas de estudio que respaldan la idoneidad de crear muchas reservas de menor tamaño, pero repartidas por el territorio.

El papel de los pequeños cuerpos de agua en los ecosistemas
Los pequeños cuerpos de agua se definen como sistemas acuáticos de carácter temporal o permanente que presentan una superficie reducida (de unos pocos metros cuadrados hasta 2 hectáreas) y una profundidad inferior a 8 m, y que se encuentran generalmente aislados y enclavados en un paisaje eminentemente terrestre.
En Centroeuropa, estudios comparativos han demostrado que pequeños cuerpos de agua ubicados en una misma región albergan conjuntamente mayor biodiversidad acuática que el conjunto de ríos o arroyos (estudio 1; estudio 2). Este patrón es especialmente evidente en el número de especies singulares o raras, que suelen ser más frecuentes en los cuerpos de agua pequeños. El valor ecológico de estos enclaves acuáticos, desproporcionadamente alto en relación a sus reducidas dimensiones, se explica por la gran variabilidad en sus condiciones fisicoquímicas (como temperatura, salinidad, contenido en nutrientes, etc.), en su emplazamiento geográfico y en su manejo, factores que promueven la existencia de comunidades biológicas muy dispares entre cuerpos de agua cercanos (que resultan en un elevado reemplazamiento de especies).
En las últimas dos décadas, numerosos estudios han puesto de manifiesto el papel crucial de los pequeños cuerpos de agua en el funcionamiento de los ecosistemas. Una de sus principales funciones ecológicas es el mantenimiento de una elevada biodiversidad acuática (puntos calientes de biodiversidad), registrando un número de especies excepcionalmente alto de diferentes grupos bióticos, como plantas superiores, libélulas y escarabajos acuáticos, siendo además de una importancia trascendental para la reproducción de numerosas especies de anfibios. Más allá de su contribución al mantenimiento de un amplio elenco de especies a escala de paisaje, los pequeños cuerpos de agua también destacan por el alto valor de conservación que presentan muchas de sus especies, albergando numerosos invertebrados amenazados. Por ejemplo, de las 300 especies de invertebrados amenazados en Reino Unido, 200 se encuentran en charcas, algunas de ellas consideradas verdaderos fósiles vivientes, como los crustáceos del género Triops.


Pero las funciones ecológicas de los pequeños cuerpos de agua van más allá de su contribución a la composición de las comunidades acuáticas. Por ejemplo, la elevada productividad que caracteriza las charcas ganaderas -y otros pequeños cuerpos de agua de sustrato blando- en cuanto al desarrollo de poblaciones de insectos tiene una repercusión trascendental en los ecosistemas terrestres adyacentes (estudio 3, estudio 4). Y es que las fases larvarias de un buen número de invertebrados se desarrollan en el medio acuático, donde pueden alcanzar elevadas densidades, propiciando entonces una emergencia masiva y generalmente simultánea de adultos de vida aérea. Estas chimeneas de insectos constituyen una valiosa fuente de alimento para multitud de especies insectívoras aéreas de pequeños vertebrados (muchas de sus poblaciones en acusado declive), como murciélagos, golondrinas, vencejos y abejarucos, pero también para numerosos invertebrados que habitan en el límite acuático-terrestre, como las arañas. Además, distintos estudios de campo han puesto de manifiesto que estos insectos emergentes proporcionan nutrientes de mayor calidad, por su alto contenido en ácidos grasos ricos en omega-3, en comparación con los invertebrados terrestres, pudiendo incluso influir en el rendimiento reproductivo de las especies que los consumen (estudio 5), y mejorar la fertilización en los cultivos adyacentes a los cuerpos de agua.

Por otro lado, los pequeños cuerpos de agua también son clave en multitud de procesos ecológicos aportando importantes servicios ecosistémicos y mitigando problemas ambientales derivados de la actividad humana. Por ejemplo, estos sistemas pueden ser estratégicamente utilizados para depurar aguas superficiales, eliminando determinados compuestos orgánicos y otros contaminantes como nitratos y fosfatos. Más aún; contribuyen a mitigar el cambio climático al actuar como sumideros de carbono, pudiendo captar anualmente la misma cantidad de carbono que produce un automóvil durante el mismo período (estudio 6).
En el actual escenario de calentamiento global, el papel de estos cuerpos de agua en la regulación del clima local debe ser especialmente valorado en las zonas urbanas, facilitando la adaptación al cambio climático mediante la generación de microclimas más frescos y el mantenimiento de espacios verdes. Por último, los pequeños cuerpos de agua también ofrecen importantes servicios ecosistémicos culturales, constituyendo lugares de esparcimiento y recreación con alto valor estético, completamente aptos para el desarrollo de actividades divulgativas o prácticas deportivas sostenibles.

Tan valiosos como amenazados
Pese a su elevada importancia en el funcionamiento de los ecosistemas, los pequeños cuerpos de agua experimentan una franca regresión en su abundancia y salud en la mayor parte del globo, habiéndose reportado tasas de pérdida de cuerpos de agua superiores al 50% para algunas regiones centroeuropeas en tan solo unas décadas. Este escenario no es ajeno a la península ibérica, donde los profundos cambios en las prácticas agropecuarias están derivando en una pérdida y degradación sin precedentes de pequeños cuerpos de agua en multitud de paisajes.
El declive de la trashumancia y otros regímenes de ganadería extensiva conlleva el abandono de las charcas ganaderas, que quedan colmatadas por sedimento debido al cese de las labores de mantenimiento que han desarrollado históricamente los pastores. La intensificación agrícola impacta en estos sistemas principalmente a través de dos mecanismos: la roturación de terreno para su conversión a cultivo de regadío (que directamente borra estos pequeños sistemas del paisaje) y la sobreexplotación de los acuíferos, la cual acaba mermando el caudal de las fuentes y del nivel freático.

Por otro lado, abrevaderos y charcas ganaderas están también sometidos a malas prácticas por parte de los usuarios, siendo en ocasiones objeto de quemas intencionadas de vegetación emergente y de vertidos contaminantes. Por si fuera poco, los pequeños cuerpos de agua son especialmente susceptibles a las invasiones biológicas, y en los últimos años se ha disparado el número de charcas colonizadas –de manera asistida por el ser humano- por cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii) y gambusia (Gambusia holbrooki). Ambas se encuentran entre las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo, y su introducción supone un importante agente de cambio para la biodiversidad y las condiciones físico-químicas de los pequeños cuerpos de agua. Por tanto, parece razonable que estos ambientes empiecen a gozar de alguna figura de protección que garantice su conservación a largo plazo y dote a las administraciones públicas de herramientas para mitigar las amenazas a las que se enfrentan, manteniendo así los valiosos servicios ecosistémicos que nos aportan.
Autores: José Manuel Zamora y David Sánchez-Fernández.
Editores: Daniel Bruno, Cayetano Gutiérrez-Cánovas y Félix Picazo.