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Del campo a la mesa: los problemas del sector agroalimentario

Por Eneko Arrondo (Departamento de Zoología, Universidad de Granada).

Esto no es un artículo de opinión, porque mi opinión en este asunto no es relevante y hay compañeros de profesión con mucho más conocimiento que yo sobre el tema. Es un artículo de sentimiento, porque me siento profundamente ligado al campo, aunque no viva de él, y porque, además, los psicólogos dicen que los sentimientos hay que expresarlos.

Mis primeros recuerdos están ligados al campo. El olor veraniego del tomate, el calor sofocante del invernadero y los viajes en tractor sentado de mala manera e incumpliendo toda medida de seguridad. Pero también la angustia y el drama que provoca un sistema con intermediarios miserables que te dicen que o vendes a pérdidas o el tomate te lo comes tú. O peor aún, que te dejan a deber la cosecha entera de cebollas y te mandan a una ruina de la que solo te sacan el esfuerzo de unos padres y la inestimable red familiar. También, en parte, gracias al campo estudié. El colchón que daba la PAC permitió que yo tuviera una carrera universitaria sin lujos, pero sin más preocupación que aprobar (que ya es bastante lujo). Mi primera idea fue estudiar para agrónomo, o algo similar, y seguir ligado al campo. Pero el campo siempre ha ido mal y en mi casa me mantuvieron lejos de los sembraos para quitarme tentaciones “peligrosas”. Desde hace años, cuando voy al pueblo, desayuno temprano con mi padre mientras hablamos precisamente de eso, de lo mal que va el campo. Que si no hay agua o que si tal cultivo ya no compensa tanto esfuerzo, que si sin subvención es imposible y que con subvención tampoco te creas que está mejor la cosa, que si vaya galimatías esto de los “ecoregímenes”, que cómo puede ser que un bote de miel del supermercado contenga miel de cinco países y salga más barata que la que vendemos nosotros… Vamos, que las protestas no nos han pillado por sorpresa. Porque son los mismos problemas de siempre, solo que agudizados.

Tractorada en una ciudad española para protestar por la situación del sector primario. Fuente: Lmbuga, Public domain, via Wikimedia Commons.

El campo se queja, y con razón. Pero hay que separar la paja del grano, nunca mejor dicho. Hay que quedarse con lo razonable y justo y desechar lo inadmisible, lo conspiranoico y lo abusivo. Para empezar, “el campo” lo constituyen cada vez menos personas, pero más diversas, y no es lo mismo un campesino con unas pocas hectáreas vendiendo a cooperativa o directamente a tienda, que un empresario agrícola que exporta la mayor parte de su inmensa producción. Y no se pueden tratar por igual a ambos porque es como tratar igual al Edu el del bar de abajo, que lleva 40 años tras la barra, que al dueño de una cadena de pizzerías porque ambos son hosteleros.

Es importante también que asumamos la realidad. El cambio climático existe y está aquí. Particularmente en la península Ibérica, la aridez se está incrementando ─ porque la menor humedad ambiental demanda más agua a la vegetación─ y la lluvia es más escasa y menos previsible (estudio 1; estudio 2; estudio 3; estudio 4). Como sociedad, tenemos que tener claro que eso va a ser así como mínimo unas cuantas décadas. Actualmente, ya destinamos el 82% del agua consumida a la agricultura. Y esa cifra va en aumento por la transformación en regadío de cultivos tradicionalmente de secano, como la vid o el olivo. Querer regar cada vez más superficie con cada vez menos agua solo se puede calificar de imprudencia y estupidez. Por eso las promesas de grandes obras hidráulicas y los argumentos estilo “se tira agua al mar”, deberían ser ignorados en cualquier debate medianamente serio. “Es que en el clima mediterráneo el secano da para lo que da”.  Ya, pero es lo que hay, a no ser que hagamos como Saramago en “La balsa de piedra” y echemos la península Ibérica a flotar en el mar. Así que no nos queda más remedio que adaptar nuestra producción a las condiciones actuales y futuras. Lo que hacemos actualmente no es razonable. No es razonable que, para mantener el ritmo desenfrenado del sistema comercial, España descarte miles de toneladas de comida que conllevan miles de litros de agua desperdiciada (estudio). No es tampoco razonable que algunas de las comarcas más áridas del país estén entre las mayores zonas exportadoras de frutas tropicales a nivel mundial. Porque si no llueve, lo que estás exportando es agua envasada en forma de mango y aguacate.

En los últimos años, la superficie de cultivos de regadío se ha incrementado enormemente. Fuente: Ivan2010, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons.

Y con esto llegamos a un tema clave. El comercio internacional. Y en esto creo que es donde más opiniones están de acuerdo y más frente común se puede hacer. Y es que el actual modelo de comercio internacional es un disparate. El libre comercio, a grandes rasgos, ahoga al productor local, explota al productor en origen y destroza el medio natural (aunque esto ya se decía en Génova 2001 y los llamaban terroristas). Todo para el beneficio de unos pocos intermediarios.  Se culpa de esto y de otros males a la Unión Europea (UE) por imponer requisitos ambientales y permitir importar productos que no los cumplen. Y, verdaderamente, esto es así, pero la solución no puede ser contaminar nosotros igual que en terceros países. Hay quien se empeña en hacer creer que la preocupación por la contaminación agroganadera es una ocurrencia sin sentido de burócratas europeos. Pero no es así. Por ejemplo la contaminación por nitratos acaba repercutiendo en la disponibilidad de agua potable y se asocia a diversas enfermedades, así que no es un capricho, es una cuestión de salud pública y como tal, no puede estar al servicio de los intereses económicos de nadie.

Además, hay que ser honestos, no hay otro marco que no sea la UE. Si siendo una coalición tan grande de países los acuerdos comerciales son negativos para el productor local, podéis imaginar cómo sería negociando cada uno por libre. Y no solo eso, sino que innegablemente el sector está fuertemente subvencionado desde Europa. Un tercio del presupuesto europeo se va en la PAC. Es cierto, está muy mal distribuida y unos pocos ganan mucho y la mayoría ganan poco. Pero estos días he hecho el ejercicio de ir comprobando cuánto cobra cada agricultor que conozco y se manifestaba. Y todos ellos cobran varias decenas de miles por encima de la media española. No son grandes terratenientes al estilo de “Los santos inocentes” (una comparación que deberíamos ir desterrando porque el campo ahora es mucho más complejo), son empresarios modestos del sector que no se dan cuenta o no quieren darse cuenta de lo privilegiados que son dentro de un gremio constantemente en crisis. Con esto no quiero decir que por estar subvencionado no tengas derecho a quejarte. Pero igual sí que deberías reconsiderar tus exigencias. No puede ser que España ingrese más de 1000 millones de euros en concepto de subvenciones ambientales y pidas la persecución de especies protegidas y la relajación de normativas ambientales. Porque amigo, te están pagando por ello. Otra cosa son los términos en que se ejecutan esas ayudas. Porque es cierto que la burocracia resulta cada vez más sofocante e incomprensible y, para colmo, no por ello se garantiza el mejor cumplimiento de las medidas subvencionadas. Como decía, el problema está en Europa, pero el problema no es Europa. Por eso las proclamas antieuropeístas que se han visto en algunos sitios solo responden a la manipulación de ciertos partidos, y se fundamenta en el carácter ultraconservador de una parte importante del sector. Este es un tema espinoso, pero no se puede abordar desde la infantilización del personal con mensajes como “la izquierda ha abandonado el campo” o “el ecologismo resulta antipático”. Por desgracia, el sector está muy envejecido. El 60% de los agricultores tiene más de 55 años. Probablemente, el señor que se pasea con la bandera franquista era franquista antes de inventarse el ecologismo. Con esta parte de la población también habrá que ponerse de acuerdo y por eso lo mejor sería sacar el partidismo y el electoralismo de la ecuación. De hecho, para bien, hace un par de décadas que deberíamos haber tenido un pacto de estado sobre producción agroalimentaria. Un acuerdo nacional que garantice el uso racional y equitativo de los recursos naturales y la conservación de la biodiversidad, al mismo tiempo que busque la mayor soberanía alimentaria posible.

Número de perceptores de la PAC (frecuencia) e importe recibido por cada perceptor (suma de importe) para España en 2022. Elaboración propia a partir de los datos del FEGA.

Se me quedan otros temas en el tintero como los cantos de sirena de los tecno-optimistas que venden fitosanitarios como crecepelo y centrales nucleares como máquinas de movimiento perpetuo, pero hay que ir acabando. El modelo agroalimentario actual no se sostiene, ni económica ni ambientalmente. Una parte importante de los productores no gana lo suficiente y los consumidores cada vez pagan más por la comida. Por el camino, el medio natural se encuentra esquilmado y tocado de muerte en aspectos tan fundamentales para el bienestar humano como el clima o la calidad del agua y del suelo. Debemos transitar hacia un modelo que entienda sus limitaciones productivas y consumidoras. Un modelo donde generar dinero no esté por encima de generar alimentos de calidad y un medio ambiente saludable. Hay gente explorando alternativas desde la ciencia y desde su propia explotación agroganadera. Alternativas agroecológicas que dan valor al producto, tienen en cuenta el impacto ambiental y priman las cadenas de distribución cortas. Yo, que tiendo a ser pesimista, a veces creo que es imposible que cubramos a tiempo las necesidades de poblaciones de millones de habitantes con estas técnicas. Que eso son cosas de hippies. Y que caminamos sin rumbo fijo, pero directos a la tragedia. Dudo que vaya a existir un colapso estilo “Mad Max” y quienes vaticinan eso son unos asustaviejas por muchos estudios que esgriman. Pero no hace falta vivir en “Mad Max” para pasarlo mal. Los cortes de suministro de agua, bien por escasez bien por contaminación, ya están aquí. Las pujas por el agua desalada también están aquí. Y también está aquí el momento en que, en los supermercados de uno de los principales países productores, se pone alarma al aceite de oliva porque se ha convertido en un lujo. Y es que no hay mejor ejemplo del drama al que nos dirigimos que el hecho de que, mientras la mayoría de los colegios andaluces tienen un olivar a escasos metros, peligra la tradición de dar a los niños pan con aceite el día de Andalucía por la subida de precios. Pero, incluso desde el pesimismo, hay que apoyar a quienes buscan alternativas y, adaptando el proverbio chino, una cosa está clara: el mejor momento para cambiar de modelo fue hace 50 años, el segundo mejor momento es ahora.