Investiga, que no es poco

La ciencia es política (y cómo reconciliarse con ello)

Por Ignasi Bartomeus (Estación Biológica de Doñana-CSIC)

En el siglo XVII la ciencia era una forma más de apoyar el colonialismo imperante. Quizás ahora no es tan diferente. No se puede disociar la ciencia del contexto político. Yo también quería pensar que, como científico, mi labor era ser neutro y generar evidencias científicas, pero no es posible ser neutro en un mundo con intereses encontrados y creo que pretenderlo solo es engañarse a uno mismo. Pero… 

¿De verdad la ciencia es política?

Sí. Todo científico tiene una visión del mundo. Además, tendemos a enamorarnos de nuestras hipótesis y a veces defendemos con ahínco nuestras intuiciones, incluso cuando faltan datos [1]. Esto es así en todas las ciencias, pero especialmente cuando hablamos de ecología de la conservación. Como conservacionistas tenemos un objetivo deseado (conservar la biodiversidad) y uno no deseado (la pérdida de poblaciones o especies). No somos neutros en ese aspecto porque conservar la biodiversidad no es una verdad universal, sino una opción política que emerge de una reflexión personal (o colectiva). Tener como objetivo conservar la biodiversidad afecta directa o indirectamente a nuestra ciencia porque hay muchos grados de libertad en nuestras decisiones. Empezando por qué hipótesis decidimos testar, en qué contexto situamos nuestros resultados, y cómo los interpretamos. Por ejemplo, yo puedo estudiar si mantener hábitats naturales en paisajes agrícolas beneficia a los polinizadores (que sí lo hace). O puedo ir un paso más allá y testar si eso también beneficia la polinización en cultivos (esto lo hace parcialmente), o incluso ver si tienen un efecto en la economía de los agricultores (por desgracia, raramente hay un beneficio económico) [2]. Qué preguntas te haces y cuáles no, es político. Uno desarrolla su línea de investigación dentro de un contexto, y si no tienes una agenda clara, lo más seguro es que estés siguiendo la agenda de otro [3]. Las agencias de financiación tienen agendas claras (y sufren presiones de lobbies concretos) y lo que es popular o no en las revistas más prestigiosas no es casualidad. No podemos ser naïve a este sentido. 

Pero hay otro problema, y es que los científicos tendemos a poner el foco en problemas concretos. Nos han enseñado a diseccionar el problema en partes, y raramente vemos las implicaciones sobre el sistema desde un punto de vista holístico [3]. Por ejemplo, podemos reducir la intensificación agrícola para beneficiar a los polinizadores en Europa, pero si eso desencadena la importación de alimentos de países en vías de desarrollo, los cuales han de destruir hábitats naturales para satisfacer la demanda, ¿el balance total es positivo o negativo? También podemos recomendar qué acciones ayudarán a la conservación de una especie concreta basadas en evidencias científicas, pero estas mismas acciones pueden entrar en conflicto con la conservación de otras especies, o tener implicaciones socioeconómicas inaceptables. Aunque no queramos que la ciencia que hacemos tenga consecuencias políticas, nos guste o no, la evidencia científica va a ser usada con fines políticos. Es nuestro deber anticiparnos discutiendo las implicaciones de nuestros resultados a múltiples escalas, incluyendo las sociales y políticas. Si no interpretamos nuestros resultados en este contexto, abrimos la puerta a que sean malinterpretados al gusto por otros actores. 

¿Y ahora, qué?

Ignorar que la ciencia es política puede, en el mejor de los casos, hacer que no tengamos el control de nuestra investigación, y que investiguemos lo que toca, ya sean funciones ecosistémicas, servicios ecosistémicos, capital natural, contribuciones de la naturaleza a las personas, u objetivos de desarrollo sostenible. Palabras que se han sucedido unas a otras en convocatorias de financiación pública para guiar e interpretar nuestros resultados desde un prisma concreto y no neutro. En el peor de los casos, estaremos vendiendo resultados como neutros cuando tienen un sesgo inconsciente considerable.

Pero asumir que la ciencia que hacemos es política tiene riesgos claros, no lo niego. Los científicos podrían manipular deliberadamente su mensaje (sin necesidad de falsear datos), poner sus intereses por encima de las evidencias y, consecuentemente, perder credibilidad en el debate social. Tenemos la labor de diferenciar claramente la evidencia científica de nuestra interpretación o deseo personal. Y yo creo que eso es posible. 

¿Cómo podemos diferenciar evidencia de interpretación personal?

Mantener la integridad y tomar parte en el debate social como científico requiere revelar por qué hacemos las cosas. Explicar, primero, nuestra visión del mundo y ser transparentes con nuestras motivaciones. Solo entonces podremos explicar la evidencia científica que apoya o no nuestras preguntas, cómo hemos llegado a ello (de forma transparente y reproducible) y qué implicaciones tiene a múltiples escalas. Lo que he dicho parece trivial, pero raramente sabemos articular todos estos pasos de forma efectiva; nos da miedo empezar contando nuestras motivaciones.

Lo gracioso es que esta misma estrategia es la  que usan las grandes empresas y equipos de marketing [4]. Los buenos anuncios no te cuentan objetivamente las propiedades del producto que quieren vender; apelan a las emociones. Lo que hacen es empezar por explicar en qué valores creen, y por qué deberías compartirlos, y solo luego te explican qué venden y cómo. Sabemos a ciencia cierta que (por desgracia) los hechos no cambian comportamientos [5]. Para influir en un colectivo se requiere compartir ciertos valores, crear relaciones de confianza y que cada grupo entienda las motivaciones del otro. Los científicos nos empeñamos en presentar evidencias neutras, pero quizás asumir que no somos neutros es el mejor paso para que la evidencia que generamos sea escuchada e influyente.

Iba a acabar aquí, pero si crees que todo esto es muy abstracto sigue leyendo para un ejemplo concreto…

Crear una narrativa es algo muy personal y no hay recetas únicas. Así es como he creado mi discurso sobre conservación de abejas silvestres. Empiezo por revelar mi motivación sin ambages. ¿Por qué hago esto? Porque las abejas son fascinantes, con más de 1000 especies diferentes en España, es un placer compartir el espacio con ellas. Apelo a la curiosidad y la belleza en primer lugar. Por si no fuera poco, son piezas importantes en el ecosistema y la producción agrícola. Luego paso a mi objetivo ¿qué quiero de mi interlocutor? Eso depende del público. A los políticos les puedo pedir que legislen de forma valiente, mientras que a los agricultores que cambien sus prácticas agrícolas. Usar datos aquí es básico, pero también ser honesto y dejar claro qué sabemos y qué no. Como científico no hago promesas vacías, como vender que conservando los polinizadores ganarán más dinero porque la (escasa) evidencia no muestra eso, pero sí subrayo que es posible reconciliar conservación de la biodiversidad y actividad agrícola sin comprometer la producción y que, cuando es necesario, se deben compensar económicamente las buenas prácticas. Finalmente, paso al cómo: aquí la clave es poner ejemplos de éxito, si puede ser locales, ya que ésa es la forma de conectar. Por ejemplo, “Fulanito hizo tal cosa y mira lo que pasó” o “después de implementar tal ley no-se-dónde observamos tal cambio”. 

Con esta fórmula, el público que recibe mi mensaje entiende cuál es mi objetivo desde el principio porque voy de cara y se crean vínculos de confianza. Estos se refuerzan al mostrar tanto los pros como los contras de forma equilibrada. En realidad, mi intención no es neutra, pero mis datos son imparciales y balanceados. No comprometo mi integridad. Finalmente, ver ejemplos concretos de éxito remata la jugada porque a todos nos mueven las historias, y nadie se convence viendo solo estadísticas. Este proceso requiere tiempo, pero es tiempo bien invertido para hacer que la ciencia que generamos sea relevante en el debate público. Si no tomamos parte activamente en este debate para defender nuestras ideas, ¿quién lo hará?

Esta reflexión surge del artículo de Velado-Alonso, E., Kleijn, D., & Bartomeus, I. (2024). Reassessing science communication for effective farmland biodiversity conservation. Trends in Ecology & Evolution. https://doi.org/10.1016/j.tree.2024.01.007

Texto redactado por Ignasi Bartomeus y editado por Félix Picazo, Daniel Bruno y Tano Gutiérrez-Cánovas.

Bibliografía:

[1] Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge. Paul Feyerabend 1975.

[2] Scheper, J., Badenhausser, I., Kantelhardt, J., Kirchweger, S., Bartomeus, I., Bretagnolle, V., Clough, Y., Gross, N., Raemakers, I., Vilà, M. and Zaragoza-Trello, C., 2023. Biodiversity and pollination benefits trade off against profit in an intensive farming system. Proceedings of the National Academy of Sciences120(28), p.e2212124120.

[3] The Dialectical Biologist. Richard Levins & Richard Lewontin. 1985 (or any of Levins interviews on youtube)

[4] Start With Why. Simon Sinek 2011 (or his speeches on youtube)

[5] Toomey, A.H., 2023. Why facts don’t change minds: Insights from cognitive science for the improved communication of conservation research. Biological Conservation, 278, p.109886.