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Antonio Turiel: “En un mundo con menos petróleo no habrá crecimiento económico” (parte I)

Vivimos en un mundo donde casi todo está a nuestro alcance. Tenemos máquinas que limpian, construyen, pintan, cocinan o caminan por nosotros. Podemos viajar a Londres en menos de tres horas o comer comida japonesa en casa tras pedirla por el móvil. Un lujo inimaginable para cualquier persona que no haya vivido la era de la globalización, ¡ni siquiera para el más poderoso monarca de la antigüedad!

Sin embargo, todo en la vida tiene un precio, y el de nuestro estilo de vida es la energía que consumimos para mantenerlo. Barriles de petróleo que actúan como sumisos y efectivos sirvientes con el propósito de mantener nuestra civilización tal y como la conocemos. El problema es que el petróleo (también el carbón, y en definitiva el conjunto de combustibles fósiles) son finitos, y están mostrando claros signos de declive. ¿Cómo sería un mundo con menos petróleo y carbón? ¿Podrán las energías renovables sustituir a los combustibles fósiles?

Entre los científicos que tratan de responder a estas preguntas destaca Antonio Turiel, autor del famoso blog The Oil Crash, desde donde nos muestra a través de datos y detalladas explicaciones por qué nuestra sociedad podría colapsar si no cambiamos nuestro estilo de vida y el rumbo de nuestras políticas.

Antonio es Licenciado en Ciencias Físicas (1993) y Matemáticas (1994) por la Universidad Autónoma de Madrid, y Doctor en Física Teórica por la misma universidad (1998). Actualmente, es científico titular en el Institut de Ciències del Mar del CSIC (ICM-CSIC, Barcelona). Hoy tenemos la suerte de tenerlo en Ecomandanga, y de poder charlar con él de todos estos asuntos.

Antonio Turiel, Tano Gutiérrez y Pablo Rodríguez Ros en el ICM (CSIC), Barcelona.

Hola Antonio, ¡bienvenido a Ecomandanga!

En tu blog, has relacionado el agotamiento de recursos y el cambio climático con cuestiones de actualidad como el Brexit, el conflicto catalán, las guerras y las crisis humanitarias. ¿Qué nos espera en un mundo con menos recursos energéticos?

¿Qué puedes esperar de un animal que tiene más dificultades para conseguir alimento? Pues evidentemente que sufrirá un estrés muy importante. Si empieza a disminuir la cantidad de energía a la que tenemos acceso, tendremos serios problemas. Ya está ocurriendo con el petróleo y el carbón, que suponen dos tercios del total de energía que consumimos, al igual que con otras fuentes de energía como el gas natural y el uranio, que también muestran síntomas de agotamiento. Toda nuestra maquinaria productiva y social se basa en un consumo exponencialmente creciente de energía. Y para que la generación de productos y servicios sea rentable y podamos generar empleo, necesitamos que esta energía sea asequible económica y técnicamente.

Cuando esto deja de ser posible, bien porque hay una menor disponibilidad de energía o porque aumenta su precio, entramos en crisis. Esto se hace más visible en países con economías más débiles o que tengan ya otras problemáticas socio-económicas previas, donde, al no encontrar los ciudadanos respuestas en los partidos políticos tradicionales, las opciones populistas irán probablemente ganando poder. No tiene por qué pasar obligatoriamente y dependerá de la organización social y de las decisiones que vayamos tomando en cada momento.

Por otra parte, la mayoría de las empresas petrolíferas están perdiendo mucho dinero y han dejado de invertir en la prospección de nuevos yacimientos, por lo que la caída en la producción de petróleo podría ser mucho más acelerada durante los próximos años.

Si gestionamos bien esta situación y nos adaptamos al nuevo escenario, podríamos reducir el daño social y económico. Pero si no lo hacemos, toda esta situación podría desembocar en guerras y estallidos sociales, que es lo que está empezando a pasar, aunque los medios no estén prestando especial atención a este fenómeno.

Las empresas petrolíferas tienen unos gastos más elevados que sus ingresos desde 2011, lo que está conllevando grandes pérdidas. Fuente: Agencia Internacional de la Energía (EIA).

Tradicionalmente, muchos autores han defendido el modelo neoliberal usando evidencias sesgadas hacia lo positivo e ignorando las consecuencias negativas de nuestro modelo socioeconómico (desigualdad y pobreza, contaminación, cambio climático, agotamiento de recursos). Sin embargo, recientemente se ha observado un cambio de estrategia donde algunos de estos autores empiezan a reconocer estos problemas y sugieren cambios dentro del sistema neoliberal.

Cuando discutimos sobre sistemas socio-económicos corremos el peligro de hacer juicios morales. Es indudable que el modelo neoliberal ha traído cosas buenas a algunos lugares del mundo, aunque también otras bastante malas. Pero esta discusión se debería plantear desde una perspectiva racional y científica, y no tanto desde los juicios morales e ideológicos. No me interesa tanto quiénes han sido los buenos o los malos que nos han traído hasta aquí, sino encontrar la manera de salir de esta situación con el menor daño posible. Vayamos a los hechos objetivos y usemos el progreso científico-técnico actual para construir un nuevo modelo que se adapte mejor a las problemáticas actuales.

Dicho esto, el discurso neoliberal ya admite estas problemáticas porque muchas de ellas no se pueden disimular, como ocurre con el cambio climático o la contaminación por plásticos. Por otra parte, está resultando difícil encontrar precios de recursos no renovables que satisfagan al mismo tiempo a productores y compradores, lo que resulta en una gran inestabilidad de los precios (petróleo, carbón, cobre o cobalto) que daña la economía. Esto ha ocurrido previamente en la historia con el mercurio y con el plomo, por lo que ya deberíamos tener la lección aprendida.

Los inversores y las grandes empresas son conscientes de todo esto, y están buscando parches con los que tapar la herida. Estamos en una fase de “negociación”, es decir, cómo podemos poner parches sin cambiar el paradigma económico. El problema es que no hay alternativa viable para continuar con el modelo actual, y esta fase de “negociación” durará hasta que haya una o varias crisis graves, y nos demos cuenta que el paradigma económico actual está totalmente agotado [Antonio usa la metáfora de un neumático que vamos arreglando a medida que se pincha, hasta que llega un momento en que no tiene solución].

En la línea de lo que comentas, resulta curioso ver cómo el sistema centra los esfuerzos en el reciclaje y no en reducir o reutilizar materiales.

La industria de fabricantes de envases se está oponiendo a las medidas para reducir el plástico y la posición de Ecoembes (principal organización medioambiental que promueve la sostenibilidad y el cuidado del medioambiente a través del reciclaje), está siendo más que cuestionable. Además, resulta incomprensible que paguemos una tasa para el reciclaje de envases de plástico y que luego se deshagan de ellos mandándolos en un carguero a China. El problema es que China ya no acepta más plástico extranjero y, mientras buscan otro país “vertedero”, el plástico se nos está acumulando, porque es un residuo que se genera rápidamente. El caso es que no se ha desarrollado una verdadera industria del reciclaje, porque no es rentable económicamente.

Por otro lado, la nueva legislación europea que planea eliminar los plásticos de un solo uso no surge directamente para evitar la contaminación, que ya se conocía desde hace tiempo, sino porque hay un problema de suministro de petróleo convencional y las nuevas alternativas, como el fracking, no valen para hacer todo tipo de plásticos.

Hemos visto recientemente cómo la UE está estudiando la reducción del parque de vehículos diésel. ¿Se trata de una buena medida?

El caso del diésel es también ridículo:  ¿nos hemos dado cuenta de repente de que el diésel es muy contaminante? Pues no. Resulta que también hay un problema de suministro de este combustible, ya que el petróleo no convencional (por el ejemplo, el obtenido a través del fracking) no sirve para refinar diésel, con las consiguientes consecuencias negativas para la economía. En este contexto, la UE ha optado por aplicar medidas sobre el consumidor final con tal de no dañar la economía. Las emisiones de CO2 asociadas a vehículos diésel suponen en Europa un 10-20% del total. La mayor parte de emisiones se atribuyen a camiones, aviones, barcos, o sistemas de calefacción, que también producen otros contaminantes como el azufre. A pesar de que muchas medidas, como la reducción del número de vehículos diésel, pudieran ser positivas, no se toman con la intención de solucionar la crisis energética o de contaminación. Seguimos en la fase de parches y “negociación” para seguir tirando hacia adelante. Lo que sucede con estas medidas es que ganas algo de tiempo, quizás unos años, pero en realidad no solucionas el problema de fondo.

Lo realmente gordo vendrá después. Con menos petróleo disponible, poco a poco, se irá haciendo más difícil el uso del vehículo individual, ya que el coche eléctrico es una alternativa poco viable, y en última instancia, se reducirá el tráfico pesado. Pero entonces ya será una crisis económica del “copón”. Imaginad, ¿qué pasará cuando no haya gasóleo para camiones? ¿cómo se abastecerán Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades? Y cuando se dejen de fabricar coches, ¿qué ocurrirá con todo el empleo asociado? [Antonio nos recuerda que este sector es vital para algunas comarcas, como la de Martorell en Barcelona, y que a nivel nacional supone el 9% de la población activa y el 10% del PIB]. Éste es el tipo de problemas a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo.

Respecto a los vehículos eléctricos, pese a sus enormes limitaciones (ver también este reciente artículo de Javier Pérez) pueden ser aceptables para un uso individual pero con los conocimientos tecnológicos actuales no serían una alternativa viable para camiones, barcos o aviones debido al gran tamaño de las baterías que serían necesarias para su funcionamiento.

En general, todos estos parches, aunque positivos, son insuficientes dada la magnitud del problema: son pocos y llegan tarde, además de que se toman por otro tipo de razones, que no son ni ambientales ni de sostenibilidad.

Desde el estallido de la crisis económica de 2008, se ha incrementado la preocupación global sobre la viabilidad de nuestro modelo económico. Sin embargo, se ha hablado muy poco de causas más profundas, como la capacidad del sistema Tierra para mantener el crecimiento económico que muestran muchas naciones desde los años 50. ¿Podemos seguir creciendo? ¿Hacia dónde se dirige nuestra economía?

Según me consta, la gente mejor informada – élites sociales y económicas- sí que han analizado la situación y no han encontrado una alternativa aceptable para sus intereses. Otra cosa es que se haya difundido o debatido de forma amplia en la sociedad. ¿Hasta cuándo podemos seguir creciendo? ¿Hasta dónde podemos llevar el paradigma actual? Pues dependerá de cada país y de su capacidad para acaparar recursos naturales. El paradigma actual va a llevar inevitablemente a un progresivo empobrecimiento y destrucción de territorios. No tiene por qué colapsar todo a la vez. En Occidente, se parecería a una manta que encoje y que cada vez cubre a menos gente, generando, poco a poco, más gente excluida. Mientras, otras regiones con numerosos recursos naturales pero menos poder político o militar – África, Sudamérica -, es probable que tengan grandes crisis y guerras que resulten en regímenes autoritarios, favorecidos por intervenciones extranjeras, para que los países más privilegiados pueda mantener su nivel de consumo de recursos a costa de explotar y empobrecer a estos terceros países.

¿Podrías darnos algún ejemplo reciente de colapso?

Un caso especialmente espeluznante es el de Yemen, del que hemos hablado varias veces en el blog (Yemen en el punto de mira y La aniquilación de Yemen). Yemen, es un país pequeño con una economía basada en el petróleo y algunos cultivos, y cuya producción de crudo ha sufrido un descenso prolongado que ha llevado al país a la pobreza. En medio de esa situación, estalla una guerra civil que está devastando el país, y donde intervienen varias potencias mundiales. La guerra ha causado miles de muertos y más de 13 millones de personas (una tercera parte de su población) sufren hambre severa y podrían morir a corto plazo, según la ONU.

Este tipo de guerras de exterminio van a ir aumentando conforme se agoten los recursos, para acaparar los que queden disponibles y mantener el nivel de vida en países más privilegiados y, en particular, el de las clases sociales más ricas.

Sin embargo, paralelamente, es probable que la opinión pública en Occidente, si no está demasiado adormecida, vaya reaccionando frente a este colapso, que no solo ocurrirá en países menos favorecidos, sino que también castigará duramente a las clases medias de los países más industrializados, generando mucha pobreza y creando una inestabilidad social importante, lo que finalmente podría desencadenar un cambio de rumbo hacia nuevos modelos socio-económicos.

Actualmente,  hay un sentimiento generalizado de que el sistema no funciona correctamente y se están buscando soluciones desesperadamente. Pero se sigue sin hablar públicamente de las causas profundas de esta crisis, porque sigue resultando realmente obsceno criticar las bases del capitalismo. Además, cuando lo haces, te acusan de radical o de comunista. Pero no se trata de una posición ideológica, sino de un hecho científico demostrable. No puedes cuestionar que el Sol sale cada mañana. Esto ha ocurrido previamente con los ataques a los científicos que han estudiado el cambio climático, que implícitamente pone en cuestión el capitalismo. Los grandes actores económicos deberían entender que si colapsamos, perdemos todos, los ricos y los pobres.

Leer la segunda parte de la entrevista

Entrada escrita por Tano Gutiérrez y Pablo Rodríguez Ros

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