Investiga, que no es poco

Una buena gestión ambiental para prevenir epidemias

Os dejamos una entrada escrita por nuestro colaborador Pol Capdevila, sobre la relación entre la gestión ambiental y el brote de enfermedades emergentes.

¿Verdad que es horrible cuando te equivocas en algo y alguien te suelta un “te lo dije”? Mi madre sigue siendo la experta número uno en esto. Y diréis, ¿ahora éste porque nos cuenta su vida? Pues porque con el coronavirus pasa un poco igual, tanto la ciencia como la naturaleza llevan tiempo lanzándonos señales y avisos inequívocos, por lo que quizás ahora nos toca oír el doloroso “te lo dije”.

La crisis del coronavirus ha llegado a todos los rincones del planeta, generando una pandemia global en un tiempo récord. Las repercusiones de esta pandemia van a tener un impacto severo en las economías y sociedades de todo el mundo. Sin embargo, salta a la vista la disparidad de acciones de los distintos gobiernos del mundo en respuesta a la expansión del virus. Sin entrar en detalles de lo que ha hecho cada país, ante tal falta de acción coordinada, muchos nos preguntamos, ¿nadie lo vio venir?

En Ecomandanga siempre recurrimos a la madre ciencia para intentar entender lo que está pasando. En artículos anteriores, os hemos contado cómo el brote de coronavirus está muy relacionado con la mayor explotación de áreas naturales que venimos haciendo en los últimos años, más allá de que esté causada por un tipo de virus similar al que hospedan algunos murciélagos – recordemos que su origen aún no está completamente claro. En el artículo de hoy damos un paso más allá, analizando por qué es tan importante comprender la interacción entre el cambio global – entendido como el conjunto de alteraciones del medio natural producidas por el ser humano con alcance global, como el cambio climático – y el brote de enfermedades infecciosas de origen “zoonótico”, es decir, que se transmiten de animales salvajes a humanos.

Pastor en Camboya. Autor: Pixabay/sasint. Pixabay License.

El “te lo dije” de la naturaleza

La mayoría de pandemias contemporáneas han sido transmitidas por fauna. El coronavirus del que hoy habla todo el mundo (SARS-CoV2) ha traído la última enfermedad zoonótica (COVID-19) de una larga lista que ya sufrimos. De hecho, casi todas las epidemias recientes, como el Ébola, SARS, Zika o el MERS, se originaron por transmisiones desde animales. El surgimiento de este tipo de enfermedades suele ser consecuencia de un conjunto de interacciones complejas entre animales silvestres y/o domésticos con humanos. Por ejemplo, el brote del virus Nipah en Malasia en 1998 se produjo debido al incremento de la producción porcina intensiva en zonas fronterizas con bosques tropicales, donde existen grandes poblaciones de murciélagos (estudio).

Además de causar elevadas mortalidades, las anteriores pandemias alteraron las redes de comercio y el comportamiento de la sociedad, lo cual tuvo un efecto dominó que acabó perjudicando también a la economía. Por ejemplo, tanto el brote de SARS en 2003, el de H1N1 (la gripe porcina) en 2009 y el del Ébola en África en 2013-2016, causaron daños económicos valorados en más de 8,95 billones de euros (estudio1; estudio2).

Entonces, si los brotes de enfermedades transmitidas por animales son tan frecuentes y la magnitud de sus consecuencias es tan elevada, ¿por qué nadie nos avisó?

Granja porcina. Fuente: Pixabay/pexels. Pixabay License.

El “te lo dije” de la ciencia

Pues resulta que sí que fuimos advertidos. Como con otros tantos temas, ya fuimos avisados por la comunidad científica. No nos cansaremos de repetirlo, la ciencia lleva años advirtiendo de la que se nos viene encima con el cambio global. Los cimientos de ésta y otras pandemias se encuentran en la desenfrenada explotación de los recursos naturales, imprescindibles para suplir las necesidades de la creciente población humana. Los factores que promueven estos brotes suelen estar relacionados con elevadas densidades de población, conjuntamente con cambios medioambientales severos como la deforestación, la intensificación de la producción ganadera, o el aumento de la caza y del comercio de especies exóticas (estudio1; estudio2; estudio3). ¿Os suenan familiares estas condiciones? Curiosamente, según este estudio de 2017, Wuhan se encuentra en una de las regiones con mayor riesgo de que se originen nuevas enfermedades zoonóticas. ¡No podemos decir que no lo sabíamos!

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Mapa de riesgo de emergencias de enfermedades de origen zoonótico. Publicado en el artículo de Allen et al. (2017).

 

¿Cómo podemos combatir futuras epidemias?

Y ahora que sabemos dónde es más probable que se produzcan estos brotes ¿qué podemos hacer para evitar que ocurran? Hay que tener en cuenta que la gestión de epidemias no se hace exclusivamente con criterios científicos, sino que también depende de decisiones políticas, lo cual complica sustancialmente las cosas. Sin embargo, ya se disponen de herramientas políticas eficaces para evitar pandemias. Hace unos años, Naciones Unidas redactó la Agenda para el Desarrollo Sostenible de 2030, la cual fue adoptada por todos los países miembros en 2015. Esta agenda señala la hoja de ruta que las naciones deberían seguir para mitigar los efectos negativos de la sobrepoblación humana, como la degradación del medio ambiente, el cambio climático o la desigualdad social, entre otras. Este documento está constituido por 17 objetivos diferentes, destinados a proponer medidas concretas para conseguir los llamados objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que redundan en una mejor salud humana y ambiental.

No obstante, un estudio recién salido del horno afirma que la emergencia de enfermedades de origen zoonótico no se encuentra bien integrada en los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Los ODS no son independientes y están íntimamente relacionados. Sin embargo, el actual desconocimiento de las interacciones de los ODS genera puntos ciegos en las políticas que deben abordarse para garantizar que los esfuerzos de desarrollo sostenible no sean contraproducentes y no comprometan la seguridad sanitaria mundial. Por ejemplo, los ODS intentan buscar un equilibrio entre la producción de alimentos y la conservación de la biodiversidad. No obstante, las previsiones de aumento de las tierras de cultivo, particularmente en países en desarrollo, no solo ponen en riesgo zonas de elevada biodiversidad, sino que aumentan la probabilidad de la emergencia de nuevas enfermedades. Por lo tanto, mitigar los factores que promueven la emergencia de estas enfermedades requiere considerar las múltiples dimensiones del desarrollo socioeconómico y su afección al medio ambiente.

Campos de arroz en Tailandia. Autor: Pixabay/sasint. Pixabay License.

Lamentablemente, la mayoría de políticas actuales destinadas a minimizar los riesgos asociados a enfermedades emergentes van a remolque, es decir, son más reactivas que preventivas. Las medidas se centran en la investigación y control de los brotes una vez que estos ya han surgido, así como el desarrollo de medicamentos y/o vacunas, más que a prevenir la aparición en sí de los brotes y las enfermedades. Tal y como estamos sufriendo estos días en nuestras carnes, la falta de políticas de prevención efectivas genera una discordancia entre la detección y la capacidad de respuesta, lo cual, junto al aumento global de la conectividad entre países, fomenta la dispersión de enfermedades antes de que nos demos cuenta. Así, todos estos factores contribuyen al aumento dramático de los fallecimientos, transgrediendo las fronteras políticas, culturales y nacionales, con unas consecuencias económicas y psicológicas desproporcionadamente altas.

Por lo tanto, ante la situación actual parece claro que “prevenir vale más que curar”.

¿Pero cómo prevenimos?

Aunque hace muy poco que se conoce el origen y los factores que regulan los brotes de enfermedades de origen zoonótico, sabemos que las políticas que persiguen una mayor sostenibilidad ambiental pueden ayudar a prevenirlos, y es obvio que actualmente esto se ha convertido en una prioridad para preservar la salud humana a nivel mundial. Por ejemplo, la reducción de la deforestación y la preservación de la biodiversidad permiten mantener la dinámica natural de los patógenos dentro de las comunidades de animales silvestres, reduciendo así la probabilidad de contagio de la fauna a los humanos. De forma parecida, las políticas que promuevan la reducción del consumo de proteína animal van a reducir los múltiples impactos que genera la ganadería, así como la probabilidad de que el ganado actúe como agente de transmisión de patógenos.

A tenor de las evidencias científicas, el cambio global no solo tiene repercusiones en los ecosistemas naturales, sino que, dado que nuestra actividad también se enmarca en dichos ecosistemas, también tiene impactos severos en la salud humana. Así, es crucial desarrollar políticas ambientales y sociales que permitan anticipar la aparición de enfermedades zoonóticas. La respuesta a esta necesidad nos exige asumir de manera urgente que los problemas medioambientales están íntimamente ligados a la aparición de enfermedades como COVID-19.

No hay tiempo que perder, debemos empezar a trabajar desde ya en políticas medioambientales sostenibles, que pueden significar la diferencia entre proteger millones de vidas o tener que oír otra vez “te lo dije” porque hicimos caso omiso a las advertencias de los científicos y de la propia naturaleza.

 

Artículos originales:

Allen, T., Murray, K. A., Zambrana-Torrelio, C., Morse, S. S., Rondinini, C., Di Marco, M., Breit, N., Olival, K. J., & Daszak, P. (2017). Global hotspots and correlates of emerging zoonotic diseases. Nature Communications, 8(1), 1–10.

Di Marco, M., Baker, M. L., Daszak, P., De Barro, P., Eskew, E. A., Godde, C. M., Harwood, T. D., Herrero, M., Hoskins, A. J., & Johnson, E. (2020). Opinion: Sustainable development must account for pandemic risk. Proceedings of the National Academy of Sciences, 117(8), 3888–3892.

Jones, B. A., Grace, D., Kock, R., Alonso, S., Rushton, J., Said, M. Y., McKeever, D., Mutua, F., Young, J., & McDermott, J. (2013). Zoonosis emergence linked to agricultural intensification and environmental change. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(21), 8399–8404.

Keogh-Brown, M. R., & Smith, R. D. (2008). The economic impact of SARS: how does the reality match the predictions? Health Policy, 88(1), 110–120.

Wolfe, N. D., Dunavan, C. P., & Diamond, J. (2007). Origins of major human infectious diseases. Nature, 447(7142), 279–283.